13 ago 2008
Ayer al ver a Marcel Marceau
Entré a un centro comercial un Noviembre, año inconcebible por mi mente, no se que día, con la encomienda de comprar no se que.
Mis pasos se combinaron con el pesado aire de la zona de carnes frías. A unos metros, una figura quijotesca se apareció. Chilindrinas, pambazos y polvorones adornaban su caireles adormecidos por los días sin baño, vi sus huesos acomodarse en esa playera blanca que se descolgaba sin gracia por las letras Cozumel, aun sin maquillaje pude reconocer su cara que era de cera.
El Mimo se paró frente al escenario. En una mesa una hojaldra mediana (de esas con anís que se preparan para el día de muertos) con azúcar escapando por los bordes $5.50 , en el mismo lugar, a un lado, una telera chica de migajón blanquito $1.50 completaba la escenografía. La cara elástica y esas manos desvanecidas comenzaba su actuación.
Acto I
Con las dos manos, se levantaba por el aire el festín mortuotio. Como cuando se levanta la hostia al momento de la consagración, tan sagrada, tan virgen.
Acto II
Una y dos mordidas que dejaban a la mitad la hojaldra nevada. Luego un gesto de papilas gustativas en fieston eterno.
Acto III
Una pasada de su lengua por los labios secos, recogiendo los granitos de azúcar que necios no querían entrar a la boca.
Acto IV
Deglutiendo la palabra divina H O J A L D R A con todas sus consecuencias.
Acto V
Mano dentro del bolsillo, contando... dos, tres pesos con cincuenta.
Acto VI
El mimo, actúa su realidad, toma la torta y sale con la cara pintada. Como siempre sin reservas de vida.
Dedicado al Mimo del Barrio de los Sapos de Puebla, México y al mimo que todos interpretamos alguna vez.
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